Maternidad

Yoga

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Durante el embarazo medité e hice Kundalini Yoga todos los días. Los últimos meses elegí una meditación con el mantra Ajai Alai, en la versión de Mirabai Ceiba. Una meditación para el valor, para superar los obstáculos, para obtener fuerza. Al inicio, cantarlo me ponía en contacto con mi fragilidad y el miedo hacia lo desconocido. Estaba segura de mi parto, de lo que quería y cómo lo quería, pero también era consciente de que todo podía pasar. Necesitaba entrar en un estado de permanente confianza en mí, en mi bebé que se abriría camino hacia su nacimiento, en el infinito que se recrea y se manifiesta en la vida desde hace millones de millones de años. Cantar ese mantra, poco a poco, me llevó hacia allá: me sumergía en la certeza de que era una gota de agua en el océano de la vida, que estaba conectada con todo, con mi vientre, con mi hijo, con el presente, con el destino, con lo que está más allá de nuestra comprensión racional. Llegaba, así, con la fuerza del canto, a un lugar donde no existe el miedo ni la angustia, donde se acoge la nada y el todo, donde no hay inicio ni fin. Un lugar que habita en todos nosotros. Con 32 semanas de embarazo fui a conocer la clínica en la que daría a luz. Cuando entré y caminé por los pasillos, le pregunté a mi hijo si quería nacer ahí. Se movió y tuve muchas ganas de llorar. Cuando entramos a la sala de partos, sonaba Ajai Alai en la versión de Mirabai, la misma que yo cantaba cada mañana. Esa fue mi señal. Así, acepté, como muchas otras veces he aceptado, que la vida me llevó allá, que ese era el lugar y esa la señal, que no había que dudar.

El día del parto fue otro el mantra que elegí. Tenía pensada una lista pero en ese momento, solo quise escuchar ese mantra y nada más. Ese, en cambio, (lo supe luego) tiene coincidencias con la numerología de mi hijo, con su camino, con aquello que transformará su vida.

El Kundalini Yoga me ha acompañado por los últimos siete años de mi vida. La meditación, por doce años ya. Sin embargo, ha sido complejo, difícil, un reto, encontrar el tiempo para meditar después del parto. Los primeros días quedé envuelta en un estado de quietud y silencio, no quería nada más que abrazar y amamantar a mi hijo, procesar toda la información que brotaba de mi inconsciente, de lo más profundo de mí misma y de mi historia personal. Cuando mi hijo cumplió un mes de vida comencé a meditar unos minutos al día. Fue increíble verlo sorprenderse y reírse cuando me escuchó decir, por primera vez fuera de mi vientre, Om Namo Gurú Dev Namo. Ese mantra, además, lo calmaba cuando quería salir de su car seat, me daba los minutos suficientes para sacarlo de su canasta antes de que comenzará a llorar.

Conforme crecía, entre siesta y siesta, tenía tiempo y energía para una meditación corta pero no para sostenerme en una cuarentena. Poco a poco fui aumentando los minutos y él comenzó a sumarse a la rutina. La mayor parte de mi sesión personal, la hacía con él en mi pecho. Ahora, se coloca en la cabeza alguna de mis cintas de pelo (no alcanza a ponerse turbante), se sube a mi cuerpo y se mueve conmigo, o se sienta enfrente mío y recita los mantras que más recuerda: Om Namo, Wahe Gurú, Ek Ong Kar, o dice, simplemente: yoga, yoga, yoga. Hago la relajación con él abrazándome y es de las sensaciones más hermosas que he sentido. A veces, en algún momento del día, se sienta a hacer yoga por sí mismo sin necesidad de que yo esté haciéndolo también. Es cierto que hay días en que quiero ese espacio para mí (cuando medito mientras él duerme es posible, sobre todo en la madrugada) pero también es verdad que si hay algo que quiero dejarle como legado es precisamente este: el yoga, y por eso hago parte de mi rutina cuando él está despierto. Es importante su presencia porque noto con claridad mis emociones y cómo reacciono ante ellas: hay momentos en que me siento presionada por sus pedidos, lo cual me genera estrés pero, al mismo tiempo, me abre la oportunidad de sostenerme sin dejar que la emoción me gane. Hay días, en cambio, que me da mucha risa y terminamos jugando y cantando. También están aquellos en los que contacto con mi tristeza, dolor o enojo y él me ve sin preocuparse ni alterarse: me ha secado las lágrimas, me ha abrazado o me ha mirado atento unos segundos para, inmediatamente, volver a sus actividades: comer una manzana, hojear un cuento o jugar con sus camiones. En el tapete, como dice el maestro Gurujodha, somos conscientes de nuestras reacciones y respuestas ante los retos de la vida.

Hay muchos padres que quieren que sus hijos amen la lectura o que sigan la tradición profesional de la familia, que tengan alguna creencia religiosa o alguna preferencia deportiva, algún punto de vista político o ideológico. Yo no. Doy por hecho que todo lo anterior es posible sin mucho esfuerzo como también sé que todo aquello que se inculca puede generar rechazo. Conozco personas que aman la lectura pero crecieron sin libros, otros que odiaron leer porque los obligaban a hacerlo pero también aquellos que son unos ratones de biblioteca porque hubo, en su ambiente familiar, una atmósfera positiva al respecto: el puro placer de hacerlo. Para mí el yoga es importante como recurso. Me hubiera gustado que alguien me presentase esta herramienta en la infancia. Solo saber de su existencia me hubiera sido de mucha utilidad para no caer en las trampas de la mente. Así que, aunque no le pido a mi hijo que medite conmigo, sí le digo que voy a hacerlo y él, al verme, decide si se suma o no. Lo importante es que sabe que existe. Ya sabrá, en su momento, si quiere conocer un poco más de estas enseñanzas que me tenía reservadas la vida y de las que estoy inmensamente agradecida. Con ellas experimento y aprendo que la mente debe estar al servicio del alma y que por eso no hay nada, nada, nada que temer.

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2 comentarios en “Yoga”

  1. Me emocioné al leerte. Tuve un embarazo vertiginoso. Hubiera deseado conectar más con mi bebé. Sí siento que lo hago ahora y me llena de alegría. ¿Tendrás lugares para recomendar para hacer yoga?

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