En quince días mi hijo irá a la escuela. No ha cumplido aún tres años pero ya tiene la edad reglamentaria para comenzar el proceso. Tengo sentimientos encontrados. Durante este tiempo no nos hemos separado y sé que lo voy a extrañar pero, al mismo tiempo, sé que necesito unas horas para dedicarme de lleno al trabajo y a mis actividades personales. Hasta ahora he podido trabajar desde casa pero eso ha supuesto un nivel de concentración muy precario si estamos mi hijo y yo solos porque, si estamos en actividades diferentes, no pasan más de cinco minutos para que él pida mi atención. Muchas cosas mías se evaporan y todo debo anotarlo porque la memoria me traiciona. Estoy focalizada en él: no se me olvida nada que tenga que ver con mi hijo. Entonces, siento el cansancio mental, la necesidad de encauzar mis pensamientos sin ser interrumpida, escuchar mis necesidades y demandas sin postergarlas por nada. Vamos a entrar en otra dinámica, es el inicio de muchas relaciones nuevas, voy a pasar mucho tiempo sin él y lo echaré de menos, de eso no tengo dudas.
También siento miedo cuando pienso en este proceso. Recuerdo a mi amiga Gabriela yendo a los recreos para ver si su hijo estaba bien, jugaba y tenía amigos. Claro, ella cruzó el continente a nuevas tierras con su familia y estaba preocupada por el proceso de adaptación. Sé que en su lugar yo hubiera hecho lo mismo. Pienso también en los niños que lloran, que no quieren quedarse, que se enferman todo el tiempo. De alguna forma, mi hijo me demostrará lo que he hecho en estos años: su capacidad de adaptación, de respeto y establecimiento de límites, de seguridad en sí mismo, etc. Tengo miedo de pensar qué pasará si le dicen o hacen algo que lo haga llorar, si se siente solo o simplemente la escuela no le gusta.
Dejo de pensar y reconozco que esos miedos me acompañarán en cada etapa de su vida. Dejo que los miedos aparezcan y, entonces, me doy cuenta de que ninguno es real. Los miedos se vuelven pasajeros. Aún no ha pasado nada. Estoy prejuzgando, me digo. Entonces, me recuerdo a mí misma yendo feliz a la escuela pero también pasándola mal durante la adolescencia. Son mis miedos, me digo, estoy pasando todo por el tamiz de mis experiencias y sí soy honesta con ellas sacó en conclusión la verdad: la escuela me gustaba porque en casa me aburría muchísimo, si en casa hubiera pasado mejor que en las aulas, seguro hubiera preferido quedarme. Y en el colegio la cosa cambió porque mi ambiente familiar no me hacía feliz y llevaba esa tristeza adonde fuera. Regreso entonces a lo que sé: estos miedos son mis miedos; si yo estoy bien, si contengo y atiendo las necesidades emocionales de mi hijo, todo marchará adecuadamente. Si llora y no quiere ir, pues no irá, no es el fin del mundo, simplemente quiere y necesita más tiempo con mamá. Me comprometo, entonces, a no juzgar nada de lo que suceda, a ser observadora, intuitiva y a comprender este nuevo momento desde la perspectiva de G.
Los miedos también se diluyen porque encuentro las ventajas: estoy contenta con la escuela a la que irá. Y eso es bastante. Encontramos una escuela Montessori en donde vivimos. De ellos valoro su honestidad: son 80% Montessori porque deben cumplir con el currículo vigente y eso no les deja tanta libertad de acción. La base del aprendizaje de los más pequeños son las actividades de vida práctica. Me tranquiliza saber que mi hijo no estará sentado en una silla con actividades guiadas sino que tendrá libertad de elección. Es una escuela que no tiene forma de escuela: es una pequeña finca con árboles frutales, animales y un río que atraviesa el terreno. Tienen absolutamente prohibido que los niños consuman alimentos procesados. Las bebidas solo pueden ser agua de coco, jugos de frutas sin azúcar, zumos de cítricos o agua simple. Hacen charlas periódicas para que los padres mantengan una dieta nutritiva y saludable. El recorrido escolar no puede exceder los treinta minutos para que los niños no estén encerrados en los buses por mucho tiempo. Y, además, lo podré acompañar los primeros quince días. Son muchas razones para estar satisfecha con la elección.
Aunque hay mucho por lo cual puedo estar tranquila, no lo estoy del todo porque pululan los miedos, el temor a lo desconocido. Es una etapa nueva en nuestras vidas, una oportunidad para aprender, nuevas experiencias por vivir. Ya escribiré sobre lo que nos suceda en realidad. De algo estoy segura, cuando lo vea subirse al autobús y decirme: “chao, mami”, sé que lloraré porque será el primero de los muchos adioses y reencuentros que nos esperan. Lo voy a extrañar, claro que lo voy a extrañar.
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Oh yo no quiero imaginarme cuando me toque esta etapa que duro será para mi. De eso estoy segura . A que escuelita ira? Me podrías ayudar ? Estoy buscando una montessori. Gracias.
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Hola Kerlly: Gracias por tu mensaje. Nosotros estamos en Santo Domingo, Ecuador.
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Es hermoso verlos crecer y ser más independientes. En mi caso con mi primer hijo las cosas fueron más complicadas, me vi obligada a dejarlo desde muy pequeño en un centro infantil, con mi segundo hijo, y ya con la experiencia del primero, pude superar las cosas de manera más fácil.
Cada reencuentro con ellos es diferente y la despedida a mi siempre me duele, a ellos creo que les resulta más fácil. Me cuesta mucho despedirme de ellos. A Joaquín lo veo marcharse en el autobus, siempre me mueve su manito y nunca le falta mi te amo, se que el recordará y valorará esos momentos. Con Thomas, por ser mi último hijo, me cuesta un poco más, la sensación de que ya no tendré a mis hijos pequeños nunca más me deja un vacío grande en el corazón. El sólo me die chao mami, te amo e ingresa feliz al centro infantil.
Se que la elección de las personas que los cuidan es la acertada, los veo felices, inteligentes y seguros de si mismos.
Y si, también me sentí culpable por tomar un «día libre de hijos», pero necesito tiempo para mi, para mi trabajo, y hasta para tomar un café caliente.
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¡Qué ternura lo que dices al final, estimada Palabra de mamá….! que llorarás cuando lo veas subir al bus escolar….y yo te comprendo, he pasado cinco veces por lo mismo, pues tengo cinco hijos ya grandes, y ahora soy abuela de tres nietos…he sufrido de todo con mis hijos cuando estaban chiquitos….los extrañaba a morir cuando estaban en el nido…y lo peor era que ellos lloraban también al quedarse allí los primeros días…pero son experiencias por las que tenemos que pasar todas las madres, lo más triste viene cuando crecen y se van a vivir solos al extranjero…ya también pasé por eso con mi tercera hija, mi Claudia, cuando se me fue a Estados Unidos….(yo soy de Lima Perú), y luego de 6 años de ausencia al fin pude conseguir la visa de turista y enrumbé hacia Miami a ver y abrazar a mi hija y conocer a mi primer nietecito que nació allá….pero hoy tengo más tranquilidad, pues ella se casó con un joven alemán y se fue a vivir a Alemania, pero cada año, vienen con mi nieto, y se quedan más de un mes conmigo….hoy ya pasaron aquellas lágrimas de ausencia…me siento reconfortada por ella y por mis otros cuatro hijos que viven conmigo…Ojalá pudieras visitar mi blog, yo soy cristiana y suelo escribir sobre mis experiencias espirituales, y también soy poeta, así que ya he publicado algunos poemas también….desde ayer recién abrí mi blog secretosdemialma104684388.wordpress.com Espero tu visita, me encantaría conocerte más de cerca y que siempre nos leamos. Dios te bendiga….Ingrid Zetterberg de Lima Perú.
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¡Oh, Ingrid, muchas gracias por escribir y la calidez de tus palabras! Puedo imaginar lo que cuentas. Yo siempre digo que es una cuenta regresiva y que en cuanto vaya a la universidad va a ser poquísimo el tiempo que tengamos para compartir. ¡Hay que disfrutarlos al máximo!
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Hola Andre, leí tu artículo y puedo sentir lo que cuentas. De hecho ahora lo estoy experimentando con mi hijo. Hay días que no quiere ir a la escuela, y no sé cómo manejarlo, no se cómo ser empàtica con él. Porque también comprendo que no puede no ir definitivamente… algún consejo??- alguna idea? Gracias Andre
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Hola Verónica: ¡Gracias por leer y por escribir! Hay muchos factores que pueden llevarlo a no querer ir a la escuela: fundamentalmente que no le guste y que prefiera la casa. Los niños prefieren pasar en su espacio y con sus referentes de afecto que entre compañeros y desconocidos.
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