Maternidad

Segundo domingo de mayo

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Siempre me chocó el Día de la Madre. Esa imagen de abnegación, bondad y sacrificio casi masoquista me parecían cursis, a medio camino entre lo ridículo y el engaño. Hay madres canallas también, madres que odian ser madres, madres brutales, injustas, dinamitadoras de la autoestima de los hijos, hay madres y madres, como hay humanas en el planeta. 

Cuando era soltera, pensaba siempre en Valentina, mi pequeña vecina, a la cual su madre se la pasaba, un día sí y otro también, gritándole desde que amanecía hasta que ella se quedaba dormida. Cuando llegaba mayo, pensaba siempre en Valentina armando la tarjeta del día de la madre y diciéndole te amos (que sin duda ella sentía), a una madre que estaba cansada, enfadada y sin saber qué hacer. Y pensaba en su madre que quizás cargaba la culpa sobre la niña y le pedía mejorar su comportamiento, o quizás se echaba a llorar mientras la atormentaban sus autoreproches.

Antes de ser madre, siempre admiré a aquellas que me contaban sus verdades: que se sentían hechas trapo, que flotaron durante su depresión posparto, a aquellas que me decían que era lo peor ser madre pero también lo mejor, sobre todo cuando yo les contaba mi deseo de embarazarme. ¡Piensa bien!, me advertían. Siempre preferí a aquellas a las que la vida las cambió, las que se encontraron distintas y aceptaron el reto de cuidar otro ser con dudas, culpas, errores y aciertos, con cuestionamientos, búsquedas y simplezas, sin dar argumentos o recetas mágicas, como si las hubieran invitado a ser portada de alguna revista empresarial o de mujeres exitosas (según un canon bien establecido de éxito, por supuesto).

Ahora que soy madre tengo las mismas distancias sobre el Día de la Madre. No quiero ni querré que mi hijo me celebre mi decisión más personal, no tiene que agradecerme ningún esfuerzo ni sacrificio. Me choca tanto eso de: “lo que una hace por amor a los hijos…”. No, una lo hace por amor a una misma o guiada por alguna manifestación del ego que se quiere ocultar pero que reluce a cada paso: para quedar bien, para que no le llamen la atención en la guardería o en la escuela, para encumbrarse en alguna posición de superioridad prestablecida social o individualmente, para que le digan: “qué bien has criado a tus hijos” o la pongan de ejemplo ante otras madres. Ahí más que entrega, hay puro postureo.

Para mí, ser madre es una aventura y una gran responsabilidad. Me ha traído enormes y maravillosas enseñanzas. Así que, si se trata de celebrar, mejor comienzo por agradecerle al artífice de todo este proceso. Como bien, lo dijo mi amiga Mónica, el Día de la Madre, mientras vivían en su casa, ella les daba regalos a sus hijas. O como, jocosamente, lo describía Lorena: solo una madre puede vulnerar el derecho a la réplica, a la defensa y al juicio justo de un solo plumazo. Todos derechos humanos consagrados, por si acaso. No dudé en mirarme en el espejo que me puso Sofía cuando describía sus temores, sus hastíos, sus ganas de salir corriendo, mezclados con su amor incondicional, viéndose ella y a sus problemas directamente a los ojos. Y entonces, tras su confesión, otras cuantas mujeres, iguales a ella, compartimos su mismo desahogo.

Aún recuerdo bien mi primer Día de la Madre. Mi hijo todavía no cumplía un año. En mi chat de lactancia, alguien comenzó a hablar de su dolor, de su infancia rota, de las distancias con su madre, de la dureza de celebrar este día mezclada con la alegría y el descubrimiento de la posibilidad de maternar a la cría y a una misma. Una a una, todas, fuimos armando un coro. A la noche, solo podía sentir la inmensa oportunidad que tenía de sanar mientras ayudaba a crecer. Pensé en todo lo que podía aprender y compartir porque en este camino siempre hay más preguntas que respuestas, descubrimientos simples pero fundamentales.

Mi forma de pensar no ha cambiado mucho sobre esta celebración. Lo que sí se ha modificado es mi visión sobre la maternidad. Ahora tengo más argumentos, más análisis. Ahora mi postura es más política respecto a este tema.

No, no estoy de acuerdo en que criar a los hijos es una trampa del patriarcado. Más bien veo la trampa en otro lado: en que los encarguemos rápido para concentrarnos en producir, en que hagamos todo al mismo tiempo para que se sientan orgullosos de nosotras y no perdamos el puesto sino que más bien ganemos el ascenso.

Cuando escucho esas afirmaciones, contesto así: ¿Qué tienen en común los países con mejor calidad de vida? Canadá, Suecia, Finlandia y Noruega tienen clarísima la importancia de los primeros años de vida en el ser humano. Todos esos países tienen licencias de maternidad/paternidad de al menos un año. Esa licencia puede ser compartida entre padre y madre. Lo que sucede, entonces, es que ambos trabajan y crían, disfrutan de ese momento. Hay un Estado que los atiende, los entiende y los protege. En esos países, donde la primera infancia es prioridad (acá también se habla al respecto pero se hace poco) no se pierde el trabajo por tener hijos. No, no hay bromas cínicas como acá. No hay chistes desagradables sobre las madres luchonas, ni padres que se hacen el quite de la responsabilidad y las pensiones alimenticias, arropados por un machismo que permanece inamovible, irresponsable e incuestionable en sus cimientos. Cuando les pregunten a los altos cargos masculinos cómo logran conciliar la paternidad con el trabajo, habremos avanzado en algo. Y habremos logrado más, si esos altos cargos son sinceros y dicen: “No lo hago, a mis hijos siempre, o casi siempre, los cuida y atiende su mamá”.

Por eso, en mayo, no quiero rosas ni regalos, quiero celebrar a mi hijo, claro, de una manera íntima y personal, al tiempo que defiendo el derecho de las madres a una licencia más amplia; al respeto para su periodo de lactancia;  a los permisos médicos cuando los hijos necesitan cuidados maternos o paternos; a la urgencia por acompañar, respetar y reconocer la importancia de dedicarle tiempo a la primera infancia sin mayores preocupaciones económicas. Y también, casi todos los días, y desde hace mucho, me planteo la imperiosa urgencia por discutir estos temas desde lo jurídico, lo laboral, lo social, lo cultural, lo psicológico y lo profundamente humano. Las mujeres debemos hablar, tenemos mucho por decir, pero también mucho por explicar y por entender. Así, estoy convencida, podremos disfrutar días más felices.

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2 comentarios en “Segundo domingo de mayo”

  1. Me emocioné mucho con tus palabras, Andre. Salud por más madres conscientes como tú, que la consciencia se la trabaja día a día, sin recetas, con miles de dudas, con paciencia y amor, equivocaciones y aciertos. Qué bueno recibir estas palabras de una mujer real que es madre y no leer el típico discurso acartonado, caduco, no humano y digno de una estampa de la Virgen María de taaaantas otras que son madres también. !Un abrazo!

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