Maternidad

Adiós

No, no me estoy despidiendo del blog, mucho menos de la escritura. Este es mi espacio, mi hábitat, mi ecosistema más personal; mi flujo, el sitio donde me encuentro. A lo que le digo adiós hoy -porque no quiero que me ocupe ni un gramo, segundo o milímetro de mi espacio-tiempo- es a un tema: los falsos clones. No quiero volver a referirme en ellos.

¿Quiénes son? Voy a contarles su historia… Hace un mes, más o menos, alguien cercano se dio cuenta de la existencia de uno de mis clones, de uno de mis imitadores, o imitadoras debiera decir con un poco más de exactitud. De entre todas, destaca una persona que cada vez que hago algo, también lo intenta, lo copia, lo plagia. ¿Qué si yo hago talleres? Pues, ahí está haciendo copy&paste. ¿Mis juguetes? Pues aquella se asocia con otra para vender sus producciones. ¿Y qué si me monto la sección librería? Faltaba más: otra socia vendedora de libros es lo que busca. Al inicio de esta historia me preguntó mucho respecto a mi formación y sí, la ayudé. Tengo aún el mail (nunca los borro, siempre guardo porque se vuelven material literario) en el que me juró que jamás haría lo que yo. La verdad fue otra. Incluso (otra socia) buscó con quién dar o sugerir clases de yoga. Y, por supuesto, que me preguntó -en algún momento- cómo hacía yo para escribir  (¡!).

Me ha recordado mucho esta historia a otra más antigua. Cuando era niña, había una chica en mi clase que se hacía el mismo peinado que yo justo al día siguiente. Todo terminó un día en que repetí (a propósito) el peinado. Me chocaba mucho el asunto, no me resultaba para nada halagador. La imitación está a un paso muy pequeño de la envidia y ahí es cuando las personas son capaces de cualquier cosa, de activar el poder oscuro de su sombra. Por eso, es una energía que encuentro profundamente nociva, y es cuando recurro a mis mantras de protección.

En la historia de mi imitadora hay un elemento bastante peculiar. Ella tiene articulado un discurso para justificar lo que hace: dice que ojalá más y más niños fuesen educados bajo el método Montessori. Y yo, sonrío. Lo hago porque sus actuaciones son lo más radicalmente opuesto a lo que María Montessori postuló y enseñó, la orilla contraria a la base del método, según el cual lo más importante es el trabajo espiritual y el desarrollo personal del guía. Y si no eres honesto, coherente, si no buscas brillar con tu propia luz, ¿cómo puedes enseñar a otras familias a aplicar el método? ¿Qué le vas a decir a tu hijo cuando copie en un examen, cuando quiera parecerse a otro niño o niña a cómo dé lugar? ¿Dónde queda la construcción de tu autoestima y de la suya, si vives imitando lo que alguien más hace? ¿Qué le vas a decir cuando no pueda hacer algo? Siendo fiel a tu comportamiento, tendrías que decirle: mira lo que hace el mejor de tu clase e imítalo, o quizás: copia de Internet y defiende tu proceder como puedas. Hay en el método una filosofía llena de sabiduría que propende siempre a que el niño se descubra a sí mismo, y -para ello- debe contar con la guía adecuada. Es decir, el adulto debe trabajar mucho, muchísimo, en su propia evolución para poder acompañarlo, con honestidad, a construir su dignidad, a ser sí mismo. Y eso -obviamente- no se logra copiando.

Los procesos de autoconocimiento no se producen de un momento a otro. La meditación (mi herramienta), por ejemplo, es un camino donde las máscaras se caen una a una. El ego suele defenderse hasta que logramos rendirnos, asumir nuestra propia falsedad con dolor, y seguir en la búsqueda de quiénes somos. Para encontrar nuestro propio brillo, primero debemos reconocer nuestra sombra. Y eso duele. Y la transformación y consciencia solo se producen con constancia, con un trabajo de años en el cual nos vamos desarmando y descubriendo quiénes somos realmente y para qué estamos aquí. Es un camino, no una meta. Es el día a día. Por eso, nadie puede usurpar el brillo de otro ser; aunque lo desee, debe encontrar el suyo propio y asumir su lugar en el mundo, no querer arrebatárselo a alguien más.

Así y aquí, le digo adiós a esta historia porque durante estos años muchas personas se han acercado para mostrarme su malestar al respecto (sí, todo el mundo se da cuenta de la copia aunque no se lo digan directamente a la imitadora). Le digo adiós también porque en algunos momentos sí me molestaba y dije poco o nada al respecto. Y callar, en mi proceso personal, no es buena idea. Lo hago, entonces, como catarsis y despedida. Cuando me vuelvan a preguntar, les pediré leer esta entrada del blog.

Yo doy mis pasos siguiendo mis propios sueños y anhelos. Nada ni nadie puede adelantarse a ellos, menos aún robar mi fuerza creativa. En el origen de mi trabajo siempre fui consciente de que habría muchos que intentarían copiarme e imitarme. Estaba previsto. Lo pueden hacer, lo van a seguir haciendo. Hay mucho de eso en el mundo. Pero nunca sabrán cuál es mi meta final, mi próximo sueño, plan o proyecto. Eso no lo pueden adivinar por una simple razón: no son yo, ni pueden copiar mi ser auténtico, como yo no puedo imitar el de nadie. Cada uno es su propia luz y debe asumir su sombra. Resulta un desperdicio de energía buscar parecerse a otro en lugar de encontrarse y descubrirse a uno mismo, de ocupar el sitio que le corresponde en el universo y desear el puesto, la vida, los logros de otro. Y ese principio personal es una verdad universal en la que se sustenta cualquier acompañamiento amoroso, la crianza, el ayudar a un niño a crecer. Ese es el mantra que me mantiene en mi centro, me sostiene en mi lugar, un espacio del cual nada ni nadie me puede ni me podrá mover.

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