Maternidad

Madres paralelas

Cada vez, ventajosamente, hay más libros, series y películas que abordan la maternidad de una y mil maneras. Materiales que dejan de lado los manuales con recetas de crianza tan variopintos, extraños y, cuando ya tenemos a la cría en brazos, inservibles. Porque, bien sabemos, que aprenderemos sí o sí a cambiar pañales, pero es más importante abordar las emociones y dilemas que surgen con la maternidad, temas de los que casi no se habla y que son los más difíciles de entender. Esas cuestiones que, como hijos, las dejamos, con suerte, para el diván del psicoanalista.

Aunque socialmente sea difícil de entender, no hay una maternidad, no hay una vivencia unívoca. Y, además, no maternan solo las que tienen hijos, o solo las mujeres. Por supuesto que la maternidad nos brinda experiencias compartidas, pero también tenemos historias diferentes, personales, únicas. Así se tejen las maternidades, de diversas formas y con distintas voces.

En Madres Paralelas, la última película de Pedro Almodóvar, la maternidad flota desde distintas aristas. (Spoiler alert: si no has visto la película y no quieres adelantos, mejor no seguir, aunque no hablaré mucho de la trama y el desenlace, por supuesto que leerás algunas cuestiones que quizás prefieras que nadie te las cuente). Digo que la maternidad flota porque existe como enunciado sin profundidad ni reflexión: se habla de la madre que muere por sobredosis, de la abuela que asume la maternidad de la hija, de aquella a la que le quitan su niña por puro castigo y que cuando ejerce, nuevamente por imposición, “no sabe ser madre”. ¿Acaso existe un ser madre? Existe un maternar, desde luego, ligado al cuidado y la empatía emocional, pero ese vínculo se construye con o sin la madre, se requiere un otro que brinde y edifique el apego esencial que necesitamos los seres humanos para vivir y sobrevivir. Ya acá, sobre ese tema, podemos escribir un tratado.

En la película de Almódovar también están las madres que pierden hijos, otras con hijos intercambiados, las madres solteras, las madres que esperan y las madres producto de una violación masiva. En esta última forma de llegar a ser madre el ruido es enorme porque no supera la mera declaración: se dice, se cuenta y se pasa de largo. No se ahonda en el delito, menos aún existen el trauma, el dolor o la rabia por la imposición de una maternidad no deseada, por una doble o triple vulneración del cuerpo, del ser y de la decisión sobre la propia vida. Parece que, en esta película, la oxitocina que desprendemos al parir es suficiente para que nos recuperemos de todo daño, de toda angustia, para que incluso haya quienes afirmen que tras el parto: maduramos. ¿La maternidad forzada y producto de una violación puede traer como consecuencia que una adolescente expuesta a tremenda brutalidad, “madure”? Sí, claro, los golpes nos hacen crecer, pero eso no se produce de un segundo al otro, requiere mucha introspección personal, la suficiente ayuda profesional y el necesario apoyo emocional para lograrlo. Si el posparto es una de las etapas más delicadas y enormemente emocionales de la vida de una mujer, un proceso en el cual debemos aprender a rearmarnos, que una adolescente violada no muestre la vulnerabilidad de su estado no solo que hace increíble la historia, sino que también se vuelve irresponsable y superficial el abordaje de un tema que ahora mismo nos desgarra y nos horroriza en partes iguales.

La película tiene un argumento paralelo: la identificación y apertura de fosas comunes de quienes fueron asesinados por el franquismo durante la Guerra Civil Española. La memoria histórica es importante para todas las sociedades: debemos tener el relato completo, saber quiénes y cómo se cometieron crímenes que afectan a familias enteras durante generaciones, buscar reparación y justicia, recuperar (de ser posible) los cuerpos y poder enterrar nuestros muertos. En América Latina también tenemos esta historia que se evita mencionar o sobre la cual se tienen posiciones ligeras: cientos de miles fueron arrojados al mar, otros cientos de miles fueron desaparecidos, asesinados y enterrados en fosas comunes que solo ahora se comienzan a identificar. Muchas de esas víctimas fueron mujeres embarazadas a las cuales las hicieron parir y luego les arrebataron sus hijos. Aún hoy se buscan a esos niños y niñas (hoy adultos) porque un ser humano merece saber la verdad de su origen, y las familias biológicas requieren conocer el destino que tuvo un miembro importante de los suyos.  

Con este doloroso contexto de fondo, la memoria histórica le gana pantalla a la memoria social y cultural en Madres Paralelas. ¿Qué paralelismos podemos encontrar entre el silencio de las violaciones masivas y el de los exterminios de Estado? ¿Cómo esas realidades nos marcarán a futuro? ¿Qué errores estamos cometiendo como sociedad al no parar la violencia machista? ¿Cuál ha sido el papel de las mujeres en la reconstrucción de la memoria histórica? ¿Cuál ha sido el peso y consecuencia de nuestro silencio? Un silencio, por supuesto, que hemos sostenido por miedo y vergüenza, y que nos ha roto de mil maneras.

Todo eso falta en Madres Paralelas. La mera enunciación de un hecho sin darle fuerza dramática ni narrativa elude la reflexión, y los temas importantes se vuelven elementos decorativos casi como pretexto para poner a la actriz principal al borde del llanto una y otra vez. Al final, son retazos mal hilvanados de una historia que, en clave de género y de maternidad, no toca ningún fondo.  

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