Una llega a la maternidad convencida de que se acercan días de juegos, mimos y descanso. Hay juegos, hay mimos pero no hay descanso. En su lugar hay muchísimas lecciones por aprender, muchos mitos por derrumbar y mucha confianza por construir.
Mi madre no me dio el pecho ni a mí ni a mis hermanos. Le dijeron (ahora creo que se convenció de) que no tenía leche. La ausencia de ese vínculo siempre me generó inquietudes y cuestionamientos por eso -pero también porque sé que no hay mejor alimento- no iba a permitir que nada interrumpiera la lactancia ni que nadie me hiciera dudar de mi producción láctea.
Cuando G. cumplió tres meses, yo ya había tenido cuatro mastitis. Sí, cuatro. Después de la cuarta, no tuve ni una sola inflamación más porque entendí la causa de cada una.
Mi hijo, al igual que mi madre y que yo, nació con frenillo. El pediatra se dio cuenta en su primera revisión. Se lo cortaron inmediatamente pero ya fue tarde para mí. Mi instinto me hizo estar convencida de que esa había sido la causa de mis pezones sangrantes y adoloridos. Pero no solo fue instinto, después de la intervención (que dura 5 minutos) sentí que el agarre y la succión mejoraron notablemente. Luego leí que sí, que el frenillo de los bebés es uno de los causantes de mastitis. Ese fue mi caso.
Los conductos taponados me hicieron creer que no tenía leche: no caía una sola gota, mi hijo lloraba de hambre y yo, de impotencia. Me derrumbé cuando el pediatra le dio un biberón con leche de fórmula y G. se tomó no sé cuántas onzas en segundos. Lloré y lloré y seguí llorando con los pezones aún sangrantes y todas las dudas llenándome de miedo. Pese al biberón, seguí poniendo a G. al pecho esperando que la leche fluya. El obstetra me recomendó por teléfono unas pastillas para incentivar la producción y, al día siguiente, volaba en fiebre. Durante un buen tiempo vi esa recomendación médica como un error pero ahora la agradezco. Llegué de urgencia a una cita con la ginecóloga pensando que tenía sobreparto. Cuando vio los pechos hinchados, enrojecidos y lastimados me diagnosticó mastitis. Y sentenció: “usa un extractor y pon al bebé al pecho para sacar toda la leche que está acumulada y si, por el dolor, ya no quieres dar el pecho, tendré que recetarte medicinas para cortar la producción de leche”.
Lo único que tenía claro es que ningún dolor boicotearía mi lactancia. Los biberones nos acompañaron veinte días y no regresaron más. En ese proceso entendí que por cada biberón que das, menos leche produces porque el cuerpo es maravilloso y le da al bebé la leche que le pide. Entonces, si hay biberón de por medio, pedirá menos leche materna. Con medicinas y compresas, en una semana la mastitis desapareció, la lactancia comenzó a reinstaurarse, los pezones se curaron pero…
Quince días después, otra vez la fiebre, el dolor brutal del cuerpo, los senos endurecidos como rocas. Llamé a la médica y estaba en la playa. Me dijo que repitiera todo: fármacos, compresas, extracción. A los tres días me recuperé nuevamente. Pero el ciclo se repitió a las dos semanas de estar bien: fiebre, dolor, senos duros. Esta vez ni siquiera le pregunté a la ginecóloga. Tomé las medicinas, me extraje la leche, me puse las compresas. Era agotador porque debía hacerlo con un dolor brutal a cuestas y en los pocos momentos en que no tenía a mi bebé en el pecho. En pocos días estuve bien. Y, sí, quince días después, otra vez. Era la cuarta mastitis. ¡Cada quince días tenía una! Esta vez llamé a mi médica entre la desesperación y la incredulidad. Fui a consulta. Se rió y me dijo: “la mala noticia es que sí, por cuarta vez, tienes mastitis; la buena, es que tu mastitis se debe a que tienes muchísima leche.” No hubo dolor más dichoso. Lloré de agradecimiento, de devoción hacia mi cuerpo. Se evaporaron los miedos: no estaba rechazando nada, no había nada malo en mí. ¡Tenía leche, mucha leche! Podía amamantar a mi niño, nutrirlo con el mejor alimento que la naturaleza ha creado. Fui feliz.
Entonces, entendí todo. En la consulta recapitulamos cada mastitis. La primera fue por el frenillo de G. La segunda por un sostén apretado. La tercera porque dormí de lado y el peso del pecho hizo que los conductos se taponaran. Y la cuarta porque mi bebé se quedó dormido sobre mí y con su cabecita hizo presión en uno de los senos. La historia no volvió a repetirse: cuidé mucho de que nada me apretara.
Gracias a mis cuatro mastitis aprendí que incluso con los conductos supertaponados la lactancia es posible, supe que si das fórmula puedes recuperar la lactancia exclusiva. ¿Qué necesitas? Constancia, tiempo y paciencia. Confianza en ti y en tu cuerpo. Yo pasé sentada, con mi niño en brazos hasta que tuvo la leche que necesitaba. Ni siquiera es heroico. Mastitis aparte, todas las mujeres – cuando debemos sobrellevar una crisis de crecimiento- pasamos con nuestros bebés colgados del pecho durante horas. Hay un elemento adicional importante: necesitas apoyo y comprensión. A mi alrededor, el papá de G. y mi mamá creían que “sufría” de gana y que debía darle biberón. Por suerte, tengo en mi vida un grupo de seres sabios y generosos que me contuvieron durante este proceso: las mujeres de mi chat de lactancia fueron un faro de luz y fuerza.
La lactancia exclusiva es nuestro triunfo. Sí, nuestro. Lo hicimos G. y yo. Hoy, solo sonrío. Y aún me emociono cuando veo que la leche que sale de mis pechos se le chorrea a mi niño por sus labios.
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Hola Andre querida:
Definitivamente la lactancia es paciencia y aprendizaje constante de madre e hijo, yo tuve mi a mi bebe Victoria por cesárea, los primeros 2 días tomo el calostro los otros dos lo poco de leche que obtenía de mis pechos al 4 día había perdido el 10% de su peso, porque mi cuerpo no producía la leche que mi bebe necesitaba, al enterarte de eso llore inconsolablemente su papa al ver mi desesperación y mi necia decisión de dar de lactar al 100% en lugar de recurrir a la formula, compramos leche de donador que es costosa pero ahora digo que valió la pena, con la ayuda de una jeringa en forma de pico, mi bebe mamaba de mi pecho y su papa tenia la jeringa en su boquita junto a mi pecho para que mi bebe continuara lactando. Al sexto día fuimos donde una especialista Consultora de Lactancia con mis pechos adoloridos e hinchados, y cuando la consultora me pregunto cual es el motivo de tu consulta? mi corazón se lleno de tristeza porque me sentía tan inútil de no poder dar de lacar a mi bebe cuando se supone que eso es algo natural y le dije es que no tengo leche en ese momento cuando me sentí libre de expresarme y derrumbarme en llanto, mi leche milagrosamente empezó a fluir como todo ese amor de mama desde ahí hasta ahora mi hija y yo disfrutamos y compartimos mucho de los múltiples beneficios para ambas de la lactancia.
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Hermosa historia. Es así, apoyo y confianza en lo que el cuerpo es capaz. Todas podemos amamantar. ❤️
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