Maternidad

Estampa cotidiana

FullSizeRender (1)05:45. Mi niño se mueve. Gorgotea algunas sílabas que no termina de pronunciar. Sus manos encuentran mi pecho, menea la cabeza, abre la boca y comienza a comer. Siento los ojos pesados y mucho sueño.

06:05. Ya estoy más despierta que dormida. Entreabro los ojos y me encuentro con la mirada y la sonrisa de G. “Hola mami”, dice con el pecho aún en la boca. Sigue comiendo. “Hola amor”, le digo. Sonrío, suspiro profundo y cierro los ojos. Diez minutos después mi pequeño salta como un resorte: descubrió a los gatos durmiendo al pie de la cama. Los llama, va hacia ellos, los acaricia. Al rato se baja de la cama y comienza: “mami, camina”; “mami, agua”; “mami, esto o aquello”. Lo animo a que busque lo que nombra y al rato estoy rodeada de objetos. Me despierto, me pongo de pie, jugamos. 

Minutos después necesita su primer cambio de pañal y de ropa: busco una muda limpia, le quito el pijama, sale corriendo hacia la otra habitación, lo persigo, nos reímos, damos tres vueltas, logro sacarle el pañal, se ensucia el piso, corro con él en brazos al lavabo mientras agita sus piecitos y da sonoras carcajadas, lo lavo, me lavo, limpio el piso, una nueva carrera, le pongo la camiseta, más carreras, cosquillas y juegos, le pongo el pañal y, por suerte, logro terminar de vestirlo. “Mami, música”, me pide. Pongo música. Comienzo a vestirme y me pide tete otra vez. Mientras lo amamanto, aprovecho (si no, cuándo) y reviso mensajes en mi teléfono, contesto algunos, dejo pendientes otros, hago una lista mental de todo lo que debo hacer. Me suelta y puedo, finalmente, cambiarme de ropa. Nos vamos a preparar el desayuno.

“Mami, pica papaya”. “Mami, leche”. “Mami, avena”. A sus pedidos se suman los del perro y los gatos que también tienen hambre, sed o quieren salir. Mientras, preparo café, pico la papaya, pongo unos huevos a cocinar, pan a tostar y miro como toma un vaso de leche. “Mami, papaya”, insiste. Y ahí vamos otra vez: le sirvo un plato con fruta, me sirvo yo también. Se le cae la cuchara, se la cambio. Me siento. Doy dos bocados. “Mami, yogur”. Abro la refri, saco el yogur y se lo sirvo. Me siento. Me acuerdo del pan, los huevos y la cafetera que se encargó por sí misma de no quemar el café. Sirvo lo que he preparado. Saco el queso. Me siento otra vez y termino mi plato de fruta justo cuando comenzamos un episodio más de: “estoy aprendiendo a cortar el queso”. Sonrisas de satisfacción cuando lo logra. Deja de lado los pedazos que corté, prefiere -sin lugar a dudas- los que él rebanó. Entra una llamada. La dejo para después. “Pan, pan, pan”, escucho. Noto que entre una y otra distracción la comida fue compartida con las mascotas. Muchas risas de picardía llenan la casa. Termina de comer, se baja de su silla, lo llevo al baño, lo ayudo a lavarse manos y cara, se seca y va corriendo a buscar su bici. Da un par de vueltas y dice: “Tete, mami”. Le pido que me espere, que quiero terminar de comer. Insiste, insiste e insiste ya sin mucha paciencia. Nos acomodamos en el sofá de la sala (que es donde quiere ser amamantado). Minutos después sale presuroso a buscar su bici, otra vez. Regreso a la mesa y termino de desayunar. Levanto los platos y una escena se repite: cambio de pañal, malabares para no terminar manchados los dos, terminamos manchados los dos, nos lavamos, nos secamos, correteamos y lo visto con ropa limpia por segunda vez.

Él vuelve a su bici y yo termino de levantar la mesa. Recojo los pañales, preparo la lavadora, busco más ropa, mi pequeñín quiere ayudar y se moja un poco. Le cambio el pantalón. Jugamos y regresa una frase frecuente: “Tete, mami”. Nos acostamos, nos reímos, le doy besos, me pregunto por qué estoy tan cansada, tan cansada, tan cansada y repaso mentalmente todo lo que he hecho pero –sobre todo- lo poco que me concentro en cada tarea, la lista mental de pendientes que repaso cada hora, la gran cantidad de tiempo que invierto en aquello que no estaba en la lista y, sobre todo, que mi atención siempre está en él: miro a cada minuto dónde está o qué está haciendo (ya lo he pillado queriendo limpiar el inodoro o la arena de los gatos). Todo puede suceder cuando sale más de dos segundos de mi campo visual. Por suerte es un gran ayudante y -hasta ahora- no hemos tenido ningún accidente pero siempre debo estar atenta. Mi cansancio es físico y mental, es el resultado de compartir la atención de mis necesidades con las de mi hijo.

Son las diez de la mañana, solo quiero echar una siesta. Luego, aprovechar el sueño de mi pequeño para trabajar un poco y que la tarde me encuentre lista para las carreras que le corresponden: almuerzo, paseos, juegos, lecturas, baño y algo más. Hoy es un buen día: G. ha querido dormir temprano (hace dos semanas que cambió su horario de la siesta hacia el mediodía y yo llegaba fundida).

Los fines de semana son días complicados: no tenemos quien nos ayude en las tareas cotidianas y todo se vuelve un poco más estresante. Aunque a veces lo dudo. Vivo con una enorme ventaja: no tengo que discutir con nadie mi forma de crianza. No tengo alguien que me diga: “no le des sandía tan temprano”, “todavía toma teta”, “a esta edad ya debería ir solo al baño, dormir en su cuarto y no usar pañal”. No tengo que sumarle a mi cansancio de atención dispersa, el agotamiento por discusiones que no llevan a nada y la frustración de ceder para no pelear. Pero hay de todo: alguna vecina me dijo un día algo sobre unas monedas con las que jugaba mi hijo. Cuando lo vio entregándoselas al vendedor de fruta, su cara de sorpresa dejó en el lugar que merecía su comentario. Pero una cosa es la vecina y otra, la familia, la pareja, la mamá o la suegra, más cuando se miran como si fuesen graduados de psicopedagogía infantil, expertos en bebés de 0-3 años y con especialización en pediatría. Todos son las madres más experimentadas y sus hijos los mejores representantes de que su método funciona. He visto como esas opiniones afectan la seguridad y la tranquilidad de las mamás porque maternar es complejo, delicado y necesitamos apoyo no reproches ni afirmaciones pretenciosas o fuera de lugar. Nosotros hemos sorteado esos encontronazos en parte porque estamos solos pero también porque nos han respetado o hemos hecho respetar los límites. Por eso no oímos comentarios, seguimos nuestro camino, repetimos las carreras de pañales y cambios de ropa, comemos lo que se nos antoja a horas y deshoras, y nos reímos de todo hasta que nos quedamos dormidos.

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2 comentarios en “Estampa cotidiana”

  1. Gracias Andre, me siento representada en lo queescribes, cómo que siento que no soy la única y no esta en mi cabeza.
    Conversaba el otro día con una mamita, sobre la mamá moderna, el cómo la sociedad nos presiona para ser «más que madres» y como a ella le parecía injusto que además del hogar nos toca cumplir con un rol laboral. Esta lectura me hace reflexionar en la increíble capasidad de multitasking de las mamás y mujeres … y cómo somos criticadas a todo momento por cada decisión y nos callan la intuición. Al momento que dejamos de escuchar afuera y con sentimos en nuestro cuerpo y desiciones, comienza el baile, la felicidad y la diversión.

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    1. Pensé mucho en el cómic sobre la carga mental: hacemos una cosa y nos detenemos para hacer cien más, con lo cual regresamos a la tarea original mucho después. Sí, hay que estar en contacto profundo con una misma. ¡Gracias por escribir Diana! ❤️

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