Maternidad

Hay que prevenir el abuso sexual infantil

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El horror no necesita adjetivos. Es tan grande su sustancia que basta nombrarlo para evidenciar lo que nos resulta atroz. Ese horror ha aparecido mucho más de lo que hubiésemos querido en los titulares de los periódicos durante este año: son muchos, cientos, miles de niños abusados sexualmente en sus escuelas o casas. No necesitamos detalles, el enunciado es más que suficiente para demostrar el espanto. 

La primera respuesta social ha sido crear campañas para enseñarles a las niñas (y algunas también a los niños) a decir no. Ponen la responsabilidad en los pequeños. Son ellos los que deben hablar, decir, contar, no dejarse tocar. Esos discursos no consideran que la mente infantil que vive el abuso, se paraliza, olvida, no entiende, se confunde, siente miedo y prefiere callar lo que ni siquiera puede nombrar. Los niños, sin embargo, entregan información todo el tiempo, tienen diferentes formas de contar lo que les pasa, asusta o hace daño. Las campañas, entonces, deberían enseñarnos a los padres a identificar las muchas maneras de hablar que tienen nuestros hijos: su salud se deteriora, su ánimo cambia, se autolesionan.

Debemos aprender a mirarlos. A veces (mucho más de lo que nos gustaría admitir) no los registramos: creemos, por ejemplo, que sus actitudes son caprichosas y, muchas veces, no sabemos ayudarlos a expresar, procesar y entender sus emociones. Debemos saber, entonces, cuando nuestros hijos sienten miedo, culpa, nostalgia, tristeza o resentimiento. Debemos aceptar que esas manifestaciones del ánimo no son un capricho. Así, cuando algo fuera de lo normal suceda, nos podremos dar cuenta inmediatamente que encierra algo grave. Y, claro, debemos creerles siempre: no podemos minimizar sus dolores, no debemos decirles que no pasó nada cuando se asustan o se caen, no es correcto llamarlos exagerados, mentirosos o manipuladores. Mucho menos, recurrir a la culpa: está demás decirles: “ya ves, yo te dije.” Debemos aprender a actuar en cada caso y a creer en sus sentimientos. Incluso la mentira de un niño encierra verdad: por miedo o instinto de protección, puede cambiar las personas o ciertos detalles pero, en el fondo, esa es su estrategia para comunicar un sentir o narrar los hechos que le causan angustia.

Los padres debemos analizar al cuidado de quién dejamos a nuestros hijos. Muchas veces no están siendo atendidos por un adulto. En reuniones familiares, por ejemplo, enviamos a los niños de todas las edades a jugar entre ellos y los ponemos al cuidado directo o indirecto de jóvenes o adolescentes cuyo comportamiento sexual desconocemos. Hay muchos, demasiados niños jugando solos en los parques de las urbanizaciones de todas las ciudades. Esa estampa de las películas norteamericanas en la cual los padres están sentados en las bancas de los parques viendo jugar a sus hijos es poco frecuente en el Ecuador. En general, se les abre la puerta de la casa para pedirles que vayan a jugar afuera, entre ellos, sin el cuidado ni la supervisión de un adulto. Con la misma liviandad se los envía a comprar en la tienda. Parece que los adultos olvidamos lo que pasaba cuando de pequeños nos dejaban solos, ya no recordamos las muchas veces que fuimos presa fácil de cualquier depredador.

Los padres debemos aprender a respetar el cuerpo de nuestros hijos. Los agarramos y tocamos sin permiso. Los bañamos, cambiamos de ropa, aseamos, alejamos de lugares donde no queremos que estén o los ponemos en sitios donde sí queremos que se queden, sin reparar en que estamos tomando su cuerpo y, si usamos la fuerza, violentándolo. Debemos aprender a verbalizar y a respetar su individualidad. Es tan fácil decirles: “permiso, voy a revisar tu pañal, te voy a lavar la cara, o ahora voy a alzar tus brazos para cambiarte de camiseta”. Solemos hacerlo sin explicaciones y sin comprender que el mensaje que dejamos es: “cualquier adulto me puede tomar entre sus manos, moverme, acercarse, mirar mi cuerpo, desvestirme.” Asimismo, les pedimos que den o les damos sin preguntar besos, caricias y abrazos. El mensaje que dejamos es equivocado: la demostración de afecto no puede ser forzada ni solicitada pero sí respondida cuando ellos la requieren. En el respeto y la atención permanente comienza la prevención.

Cuando nos referimos a este tema, además, siempre nos preocupamos de las víctimas pero no de los victimarios. Es decir, las campañas tienen como objetivo que no haya más niños abusados pero ¿cómo hacemos para no criar un abusador? No hay orientación en ese sentido, no se aclara que el desamor, el abandono y el maltrato infantil también son detonantes de futuros abusadores. Nadie cuestiona la sexualización de los niños ni los estereotipos sexistas con que los criamos. No asumimos que los pequeños reproducen lo que ven: tanto la bondad y el respeto como el entorno violento, desestructurado o conflictivo. Así como no queremos hijos víctimas tampoco debemos querer que sean victimarios. Por eso es tan importante aprender a observar, a notar si algo no anda bien en nuestro hijo: si alguien le causó dolor o si él le está causando dolor a alguien más. Ese debe ser nuestro compromiso con la sociedad: ser conscientes de los niños que estamos criando.

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