Montessori

¡Chao pañales!

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El control de esfínteres no es algo que sucede de un día al otro. Es un proceso que resulta de la maduración fisiológica y psicológica del niño, que se va construyendo lentamente durante meses y que tarda varias semanas en consolidarse. El control de esfínteres se produce, en general, a partir de los dos años y medio de edad. No es algo que se pueda aprender. Entonces, ¿es necesario entrenar a los niños para que usen el baño? ¿Cómo saber cuándo están listos? ¿Qué debo hacer cuando llegue el momento?

En una entrada anterior, les contaba la primera parte de este proceso. En nuestro caso comenzó a los dieciocho meses cuando (y esa es la primera señal) mi hijo pudo identificar con claridad el pipí y el popó, lo sólido y lo líquido, pero siguió usando pañales porque no controlaba sus evacuaciones, solo las nombraba y diferenciaba. También pudo observar lo propio en sus mascotas y otros animales. 

Luego, sintió curiosidad por todo lo relacionado con el uso del inodoro: sentarse, tomar el papel, echar el agua, lavarse las manos. Hacía el rito pero seguía con pañales. Fue el momento de adecuar el espacio y de acompañarlo a que se lavara las manos por sí mismo: que se levantase las mangas de la camiseta para no mojarse, que se pusiera jabón, abriera el grifo, se lavara y secara sin ayuda.

Recién a los veintitrés meses comenzó a pedir que lo llevase a hacer pipí o popó en el inodoro. No le quité los pañales pero sí le mostré los calzoncillos que ya tenía comprados. Le expliqué que todos en un momento usamos pañales y que los dejamos cuando aprendimos a avisar a tiempo. Los pedidos de ser llevado al inodoro duraron quince días. De un momento a otro dejó de hacerlo. ¿Por qué? Es normal. Los niños de dos años están construyendo su independencia y, como parte de esa conquista, descubren que hay algo que pueden controlar: pueden retener, contraer o expulsar a voluntad sus orinas y heces. Entonces, quieren experimentar todas las posibilidades. Comienzan a ocultarse, a ir a lugares donde nadie los ve para hacer sus necesidades biológicas. Buscan también intimidad, es el primer brote del pudor. Dejan de avisar, incluso, que su pañal está sucio y no sienten el menor interés en ser aseados. ¿Por qué? Eso que sale de su cuerpo, es suyo y no lo quieren dejar ir. Si se los presiona, obliga o reta, si no se entiende esta fase como natural, los niños tienden a estreñirse o a contener la orina de tal forma que se producen infecciones urinarias o constipaciones intestinales. Por eso hay que ser muy cuidadosos. Además, si se es muy duro con las palabras, se puede generar miedo y vulnerar la autoestima del niño que puede llegar a temerle al inodoro o a la bacinilla.

En nuestro caso, sus escapadas para hacer popó se volvieron muy evidentes: venían precedidas de la necesidad de ir a otra habitación. Entonces, con cautela se lo hice notar: ¿hiciste popó, quieres que te cambie el pañal?, le preguntaba. Del silencio inicial pasó a la negación y, poco a poco, a traer él mismo el pañal para ser cambiado. Además, nos hizo notar que él sabía lo que hacíamos en el baño: “¿Hiciste popó? ¿Hiciste pipí?”, comenzó a preguntarle a todo el mundo.

La siguiente etapa vino de la mano de una conquista lingüística: aprendió a decir “sí”. En general, hasta entonces, para afirmar, decía “ya”, como sinónimo de por supuesto o claro. Su otra opción era responder con un verbo: cuando le preguntaba ¿quieres comer?, G. respondía: “quiero”. Pero si le preguntaba: ¿quieres hacer popó?, su respuesta era: “no”, aunque tuviera ganas y a los dos minutos debiera cambiarlo de ropa. ¿Por qué? Simplemente, no quería lo que yo le ofrecía: ir al inodoro.

Poco a poco, las señales de que necesitaba ir al baño eran notorias: se tocaba, cruzaba las piernas, pedía bajarse de su silla o salía al patio. Entonces, comencé a preguntarle si tenía ganas de ir al baño ya no solo si había ensuciado sus pañales. Como ya sabía que conocía su secreto pero no lo obligaba a nada, bajó la resistencia y un buen día me dijo sí cuando le pregunté si tenía ganas de hacer pipí.

El proceso se acompañó de otros intereses: comenzó a vestirse solo, abría los cajones y elegía su ropa, ya no quería llevar pañales sino ponerse sus calzoncillos, revisaba una y otra vez las páginas del cuento que le compré sobre un niño que deja los pañales. Así, cada vez que los veía en el cajón decía: ¡Chao pañales, ahora uso calzoncillos!

Entonces, comenzó a avisar sin necesidad de que se lo mencionara. Era su interés, no el mío. Fue él quien tomó la decisión, quien tuvo el poder, quien se sintió respetado en su voluntad.

Lo que sí hice fue darle tres recordatorios: le dije que todos hacemos pipí al levantarnos, al acostarnos y antes de salir de paseo. Aunque le llamó la atención esta aparente obligación, al vernos a todos cumplir con el rito, lo aceptó porque supo que es una costumbre, como lavarse las manos antes de comer. Definitivamente, no se puede pedir a un niño que haga lo que nosotros no hacemos.

Al tercer día de usar calzoncillos y no tener accidentes diurnos, durmió sin pañal porque verifiqué que se despertaba seco. Los accidentes desaparecieron al quinto día, incluso pidió usar el baño en lugares públicos.

Aunque el control de esfínteres está bastante consolidado, sé que pueden darse accidentes esporádicos (si se entretiene jugando o si no alcanza a llegar la baño a tiempo) y que hay que responder a ellos con naturalidad y empatía. G. aún no tiene dos años y medio (que es cuando esta fase del desarrollo suele comenzar); sin embargo, me aventuro a decir que no habrá grandes retrocesos porque ha dado todas las manifestaciones de independencia e individualidad que anoté y, además, son cada vez menos las veces que se refiere a él en tercera persona: ya se llama a sí mismo, yo. La maduración del niño se muestra en muchos aspectos, todos concatenados, por eso no hay que apurarlos.

Es importante acompañar el control de esfínteres con respeto total a su autonomía. Hay que darle intimidad: cerrar la puerta del baño para que tenga privacidad pero que sepa que estamos ahí para ayudar, o quedarnos a su lado si nos lo pide; adecuar el espacio para que pueda subir y bajar por sí mismo del inodoro pero también lavarse las manos y dejar el baño limpio; debe usar ropa cómoda que le permita bajarse y subirse los pantalones con facilidad.

La siguiente etapa de este proceso es asearse solo y esto supone explicarle al niño cómo hacerlo pero dejarlo intentar desde el inicio. De la primera vez que usó el inodoro hasta el control total han pasado tres meses. Como dije al inicio, no fue algo de un día para el otro. Quizás haya experiencias más rápidas pero, en el caso de G., estoy convencida de que disfrutó del descubrimiento, de tomar consciencia del funcionamiento de su cuerpo. Ha sido importante acompañarlo en esta etapa que le da más independencia. Aunque lo celebro y estoy muy contenta por él, de alguna forma, también siento nostalgia del bebé que deja de ser.

 

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