Maternidad

Una nalgada a tiempo

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No, no voy a escribir a favor de los golpes. Voy a reflexionar sobre lo que esconde esa frase y del daño que hace. Parto por afirmar que enseñar o poner límites con golpes no es educar, es obligar al otro a actuar como uno quiere en base al miedo. Simplemente imagínense a un niño pequeño, la fragilidad de su cuerpo. Miren a ese niño recibiendo la potencia y la furia de un adulto que descarga sobre él hasta cuatro o más veces el peso de su cuerpo. ¿Les parece –por poner lo menos- una relación equilibrada de fuerzas? ¿Qué pasaría si ese niño no fuese un niño sino un adulto igual o más corpulento? Probablemente, el miedo a recibir el golpe de regreso nos detendría. 

¿Qué nos hace creer que tenemos el derecho (legalmente no es así) de pegar a nuestros hijos? ¿En serio estamos de acuerdo en que los problemas se resuelven con golpes?¿En la vida los conflictos se solucionan en un ring o recurrimos a la comunicación o a las leyes?¿Acaso no condenamos la violencia y la guerra? Quedemos claros: si recurro a los gritos, los golpes, los insultos y descalificaciones simplemente estoy dando muestra de los límites de mi capacidad de comprensión y argumentación. Estoy demostrando que me es difícil pensar. Así de simple. Solo recuerden cómo llamamos, los epítetos que ponemos a los violentos ¿cómo les decimos?

No, no hay peros. No hay excusas, no hay justificaciones, no hay casos y casos. Si un hijo comete una falta grave o leve, travesura o maldad, solo hay una pregunta que hacerse: ¿qué estoy haciendo mal? Y luego de eso podemos preguntarnos ¿qué no estoy entendiendo? Los adultos tenemos una superioridad ególatra que espanta. ¿Qué nos hace creer que sabemos todo sobre los niños? ¿El hecho de que fuimos niños? Si así fuera seríamos más comprensivos. Incluso la ciencia acepta que sobre la mente infantil conoce muy poco. Pero nosotros, graduados de padres, creemos que nos las sabemos todas. ¡Qué falta de humildad!

Lo único que hay en nuestros actos violentos es desborde de emociones, incapacidad para comprender, falta de empatía y, principalmente, una anulación de los recuerdos. Hay muchos que dicen que la nalgada a tiempo, el castigo físico ejemplar, les corrigió la vida. La nalgada a tiempo funciona porque activa el miedo. Pero detrás se guarda mucho resentimiento, mucha ira. Así se anida el germen de comportamientos poco sanos en el futuro. Si rasgamos un poco más quienes justifican la violencia recibida en la infancia son seres profundamente adoloridos, neuróticos o inseguros. Y violentos. Muchos están llenos de miedo y si han hecho una vida ejemplar (dentro del canon más conservador de lo ejemplar) ha sido para complacer a alguien y así no recibir más golpes. Esas personas no son capaces de ver las muchas enfermedades físicas que tienen como un espejo de sus dolores y carencias emocionales. Tampoco se dan cuenta que reaccionan de la peor manera porque eso es lo que recibieron de niños.

Superar esos daños supone mucho trabajo individual y recuperación del amor propio. No se trata solo de decir ya perdoné si no de ver la evidencia de nuestra sanidad: si tenemos un comportamiento sereno y equilibrado, si no llenamos los vacíos con adicciones: al trabajo, al dinero, al prestigio, a los fármacos, a la atención de los médicos, a las compras, al deporte, etc., etc. Y, finalmente, si no tenemos miedo a acercarnos a nuestros hijos y observarlos, tenerles paciencia, entregarnos a su crianza. Porque muchas veces huimos ante la enorme vulnerabilidad en la que nos pone la maternidad o paternidad, según corresponda. Quedarnos y descubrir lo que nos dicen los hijos con sus actos y sus gestos, es una oportunidad para descubrir nuestra propia fragilidad, las heridas de nuestra infancia. Pero tenemos tanto temor que preferimos mirar a otro lado, concentrarnos en el trabajo, buscar métodos de estimulación para que hagan rápido todo lo que necesitamos que hagan, y –finalmente- gritar o golpear porque no nos resulta, porque no entendemos, porque queremos que sea de otra manera. Sentimos la evidencia de nuestros errores y nos aterramos (por eso es tan fácil culpar a la televisión, la escuela o el vecindario) porque no estamos logrando que ese ser pequeño sea lo que queremos o que haga caso como nosotros sí hicimos. Por eso se vuelve fácil justificar el golpe que nos dieron nuestros padres y decir: ahora entiendo.

Pero no, los golpes no se pueden ni deben justificar. Sé de muchas madres o padres que se arrepienten profundamente cuando han recurrido al castigo físico. Y con ellos me alineo: si alguna vez me pasa, lo único que tengo claro es que nunca jamás voy a decir que fue por su bien. Sé desde ya que cualquier acto violento será una manifestación de mis dolores no resueltos y no encontrarán respuesta ni salida si golpeo a mi hijo. Algo que espero no suceda nunca, nunca, nunca.

 

 

 

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2 comentarios en “Una nalgada a tiempo”

  1. Hola Susan: Sí, te entiendo, los gritos también son violencia. Sin embargo, hay algo que tu hijo va a guardar: que lo defendiste. Los niños entienden y recuerdan todo: explícale lo que pasó, el porqué de tu reacción y que no fue adecuado hacerlo de esa forma. Gracias por escribir, por leer. Un abrazo.

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  2. Pero qué haces cuando no te hace caso?? le hablo de diferentes maneras y no consigo que obedezca.
    Tengo una niña de 2 años 6 meses y un niño de 1 año, la niña le pega mucho al hermano, lo muerde! Ayer mientras jugábamos, ella cambió de la nada y se lanzó a morderlo, no se qué hacer!
    Además ya van 2 noches que no quieren dormir solos, lloran desconsoladamente y la niña parece asustada, no me gusta hacerlos llorar así que anoche me tocó hacerlos dormir uno por uno pero se levantan de madrugada llorando y vuelvo a hacerlos dormir, me entristece porque no se por qué ahora lloran tanto si antes dormían bien, cada uno en su cama.
    Ahora estoy intentado saber qué ha cambiado, qué los asusta? por qué no quieren dormir solos! Alguna sugerencia?

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