Cada vez que escucho: “No te preocupes, los niños olvidan rápido” se me arruga el corazón. No, los niños no olvidan. Así sin adjetivos: ni rápido ni fácil ni lento. Simplemente no olvidan. Recuerdan todo. Algunas vivencias las guardan en su inconsciente y, luego, las pueden manifestar en miedo, llanto, silencio o rechazo. Si los niños olvidaran, los consultorios psicológicos estarían prácticamente vacíos. Si los niños no recordaran nos tocaría enseñarles todo de nuevo, cada día. ¿Qué nos hace creer que los niños olvidan fácil? Los niños están formando sus recursos lingüísticos y muchas veces no pueden decirnos lo que sienten, recuerdan o experimentan. Y como no hablan pensamos que olvidan. Pero en rigor tienen una memoria prodigiosa: están aprendiendo y recordándolo todo: nombres, texturas, sabores, experiencias, recuerdos, la gramática de la lengua en la que les hablamos, nociones matemáticas, físicas y químicas.
Tengo muchísimos ejemplos…
Un sábado cualquiera mi mamá pregunta:
– Tío Homero, ¿ya cosieron tu pantalón?
– No, abuela, le aclara mi hijo, no es un pantalón son dos pantalones, uno estaba roto y al otro se le dañó el cierre.
Ojos de sorpresa colectiva. Sí, él había oído la historia de los pantalones y recordaba los pormenores, así como reconoce el trayecto para ir a la escuela o las cercanías del consultorio de su dentista. Su memoria, como la de cualquier niño, está llena de minucias.
…
– Mami, ponme la canción de matar la gallina.
Yo lo regreso a ver intrigada, incrédula y sorprendida con los ojos un poco desorbitados (¡qué falta me hacen los emoticones en este post!). Mi cabeza solo se pregunta: ¿Cuál gallina? ¿En qué momento escuchó una canción en la que se habla de un acto criminal? Obvio, eso lo pienso y lo callo.
– No tengo idea cuál es la canción de matar la gallina, atino a pronunciar.
– Yo sí, dame tu teléfono, me dice.
Se lo doy. Entra a Spotify, elige el álbum musical en cuestión, baja el dedo por la lista de canciones y da clic en Dormite mi niño. Y suena: «Dormite mi niño, que estás en la hamaca, que no hay mazamorra ni leche de vaca. Dormite mi niño que tengo que hacer, matar la gallina y hacer de comer, matar la gallina y hacer de comer, lavar los pañales y ponerme a coser…»
– Oíste. Matar la gallina.
Sonrío y pienso: Sí, dos veces dicen lo de «matar la gallina».
– Sí, le digo, ahí está la gallina.
Él sigue tareareando y yo me pongo a pensar en lo increíble de su memoria visual y auditiva. Y no sé ni por qué me sorprende. Desde hace mucho, sin saber leer, reconoce donde dice papá, abuela o tío en los contactos de mi teléfono y por eso, a veces, le pido que los llame. No lee pero reconoce visualmente las letras y se divierte buscando en la lista de llamadas realizadas o perdidas las palabras tío, abuela o papá.
Con lo musical es igual. Ama el chelo y a Yo-Yo Ma. Es capaz de, tras sonar la segunda nota, decirme: No quiero oír El Cisne. Yo, despistada, digo ¿cuál cisne? Está sonando El Cisne, me advierte. Y, sí, esa era la canción. También recuerdo aquella tarde en la que, después de mucho buscar una nana que nos encantaba, que desconocíamos el título y que no pude encontrarla por más que googleé la letra, comenzó a sonar y antes de que yo me diera cuenta, él ya estaba gritando ilusionado: ¡Apareció el niño chiquito! Y sí, esa era. ¡Por fin íbamos a saber su nombre! Este nene chiquito, se llama. Se confundió entre tantos títulos similares. En ese entonces, G. tenía 18 meses.
Así como mi hijo, todos tenemos historias en las cuales la memoria de nuestros hijos nos sorprende y nos cautiva. Recuerdan olores, texturas, juegos, incluso si han pasado meses o años desde la última vez que los presenciaron. Esas son pruebas suficientes para saber que los niños recuerdan todo. Todo lo que les interesa, por supuesto. Nadie puede decir lo contrario. Pero ¿por qué a veces no recuerdan personas? La experiencia de conocer a otro ser humano es mucho más profunda que la de recordar el nombre, el color o el olor de una flor.
Y a ti, ¿con qué recuerdo te han sorprendido tus hijos?
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