Hace unas semanas, me escribió una querida amiga en un dilema. Había dicho no al trabajo de sus sueños: justo el área en la que se especializó, en temas que la apasionan y con un salario acorde a la responsabilidad que iba a asumir. Pero dijo que no. ¿Por qué? “Mis hijas aún me necesitan”, me dijo. Estaba triste, cuestionándose si había o no tomado la decisión correcta. O, al menos, la que la hiciera más feliz. Le encanta su trabajo tanto como disfruta de criar a sus niñas.
Seguimos conversando y aparecieron más razones. Me dijo, por ejemplo, que el trabajo suponía cambiarse de ciudad y que vivir ahí no le era particularmente agradable, porque no era un lugar seguro, ni ofrecía las condiciones médicas y escolares necesarias para sus hijas. Mudarse, además, le traería más gastos, con lo cual el salario ya no era tan justo como parecía. “Si hubiera sido en otra ciudad”, suspiró… A su marido también el lugar de destino no le resultaba del todo atractivo. Entonces, no era su trabajo ideal. En realidad, no cumplía muchísimas de sus expectativas y necesidades.
Le conté cuál era para mí el trabajo ideal: una actividad que me haga feliz, que me permita estar con mi hijo cuando él está en casa o de vacaciones, y cuya remuneración me permita ahorrar y cumplir con los gastos básicos para mantenernos sin aprietos. Todo lo que salga de ese estándar no es un trabajo ideal. En estos tres años, he dicho que no a algunas propuestas. Recuerdo una en particular: un proyecto enfocado en educación no tradicional, pocas horas de dedicación, salario atractivo y, entonces, me hablaron del horario en oficina. Les dije que no, que podía, siempre y cuando, lo pudiera hacer desde mi casa al ciento por ciento, porque amamantaba a mi hijo y no quería dejarlo bajo el cuidado de nadie. No me importó mucho lo que pensarán respecto a mis razones, pero la respuesta que obtuve me gustó mucho: no podían hacer una excepción y exonerarme de las horas de oficina, pero estaban felices de saber que había optado por quedarme en casa y disfrutar de los primeros años de mi hijo. Los aprecié aún más.
La verdad es que no es nuevo lo del trabajo ideal. De alguna manera, siempre, lo tenemos presente. En el inicio puede ser que buscamos una experiencia laboral que nos permita aprender, crecer, con un jefe justo y de buen humor. Poco a poco cambiamos nuestros intereses. Quizás en un momento sí estamos dispuestos a un cambio de domicilio; sin embargo, en otros ya no nos resulta del todo posible.
Es curioso, pero -de una u otra forma- es común quejarse del trabajo cuando lo tenemos: que nuestros comentarios o sugerencias no son tomados en cuenta, a veces sentimos que nos exigen lo que no está estipulado en nuestro contrato, o también debemos lidiar con ambientes hostiles y desagradables, vivimos situaciones de estrés cuando nuestros horarios no se respetan, no tenemos vida social, o si hacemos lo mismo y lo mismo de forma monótona y aburrida. Sin embargo, cuando no tenemos trabajo y lo anhelamos, nos olvidamos fácilmente de revisar nuestras condiciones (seamos madres o no), de ponerlas en primer lugar y de optar por un trabajo que, sobre todo, nos haga felices.
Hay muchas razones para decirle no a un trabajo. A veces los aceptamos sin más, sin preguntarnos por pagos de horas extras y viáticos, sistema de compensaciones, seguro médico, etc. ¿Qué hace que un trabajo sea atractivo? Definitivamente que se ajuste a nuestras circunstancias y que cumpla nuestros deseos y expectativas, aunque siempre podemos ser flexibles.
Tengo un largo de historial de trabajos amados y rechazados. Hubo uno en particular que me dolió. Fue un largo concurso y llegué a la final. Era todo lo que quería en mi vida e implicaba mudarme a una pequeña ciudad en la sierra. Pero optaron por la otra candidata. Me llamaron a darme sus razones y a agradecerme por participar. Me dio mucha rabia. Esa que sentimos cuando el Universo nos quita algo y nos parece injusto. Después del mal rato, seguí en mi trabajo (que también era bueno, pero ya no me resultaba tan motivante). Un mes después recibí una noticia inesperada: gané una beca completa para ir a estudiar lo que siempre soñé. En mi trabajo me dieron licencia. Era una situación ideal que la vida me reservó. Sobra decir que ese regalo del destino cambió muchísimas cosas en mi vida. Desde entonces no me quejo por las pérdidas, solo las agradezco, porque sé que siempre hay algo mucho mejor reservado para mí. Y sé que para mi amiga querida también…
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Muy lindo y muy cierto, cómo suelen decir, nunca se sabe si es bueno o malo, solo el tiempo lo puede reconocer. es mejor esperar para ver
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«Desde entonces no me quejo por las pérdidas, solo las agradezco, porque sé que siempre hay algo mucho mejor reservado para mí». Qué hermoso texto!, no solo siendo mamás nos enfrentamos a los dilemas de los trabajos ideales. Ojalá esto nos pudiéramos responder por fuera de los egos y las expectativas tan altas que nos imponemos. Gracias por compartirlo
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