Maternidad

Las parejas

Tengo la impresión de que cada vez somos más las mujeres que criamos solas. No solo porque, como dicen muchas de mis mujeres cercanas, las parejas se involucran poco o siempre hay que decirles qué y cómo hacer (la famosa carga mental), si no porque somos madres solteras, o la relación con el padre terminó. Es fácil para ellos decir en cualquier minuto, por ejemplo, “no puedo verlo, me salió trabajo”. ¿Y los planes que yo tenía a propósito de que iba a estar sin mi hijo o hija, adónde quedan? Pues nada, parece que está claro para el otro que no tenemos vida más allá de los hijos.

Acá viene luego esa excepción que dice: “pero sí hay padres que se involucran” o “cada vez estamos más presentes”. Sí, bueno, punto de orden. Hay padres que se comprometen, pero hay que decirles qué hacer, o lo hacen y opinan sin saber (tipo, ya deberías dejar la lactancia, o por qué vas a dejar la lactancia), o padres “involucrados” con los cuales hay que discutir modelos de crianza: la madre tiene que convencerlo teórica o clínicamente de que pegarles no está bien, ni obligarlos a comer, ignorarlos menos, y que el apego seguro es el fundamento de la solidez emocional de los niños. También están los compañeros de juegos o lo que creen que te hacen un favor al decir: “anda, descansa, yo atiendo a los niños”. No hay tareas ni tiempos asignados o compartidos. Son poquísimos los casos. Y no faltan aquellos que toman la batuta con un claro objetivo que encierra el cuestionar las facultades para maternar de la mujer. Hay encerrado un: “deja, no sirves ni para esto”. Y luego de separarlos en grupos y casos, quedan sí los hombres que escuchan, aprenden, se interesan y comparten la crianza en base a acuerdos, y siguiendo un mismo estilo y modelo de crianza con la madre. La corresponsabilidad en el cuidado aún es una materia pendiente de la cual se habla poco, existen dificultades -en lo privado- para plantearlas sin una pelea, y se hace nada desde el Estado y la Ley.

Habrá a quienes les parecerá exagerado, pero no lo es. Hace poco tiempo me enteré de un divorcio que se dio con esta simpleza: llegó él y dijo: “me di cuenta de que no quiero una familia, lo siento, me voy”. ¡Me di cuenta de que no quiero una familia! ¿Por qué la construyó? La exesposa luego de procesar un poco el dolor, de las primeras cosas que dijo fue: “le agradezco la sinceridad”. Momento: ¡no! Nada de sinceridad. Le “agradezco” la irresponsabilidad de no haber tenido la suficiente madurez para saber qué era un matrimonio, una familia, y que al ver que, en lugar de dedicarse a sus pasatiempos, debía criar, ya no le gustó lo que suponía el cambio de prioridades: pensar en nosotros y no solo en él, decidió irse. Acá hay un ego gigante que debe ser tratado, un hombre que no quiere crecer. Definitivamente, debemos estar más informados sobre lo que es un matrimonio, una pareja, criar hijos, superar el romanticismo publicitario antes de tomar decisiones que son para toda la vida (la propia, la de la pareja, y la de los críos).

El machismo y la misoginia se expresan de diversas maneras. Cuando las mujeres tocamos el tema de todo lo que hacemos, lo mejor que se le ocurre a la sociedad es la burla: llamarnos “luchonas”, referirse a nuestros niños como “bendiciones”, al tiempo que nos dicen que tratamos a los papás como “cajeros automáticos”. La manutención nada tiene que ver con la responsabilidad de la crianza. Nada. Crear un vínculo afectivo con los hijos no pasa por entregarles solo bienes materiales. Y, al mismo tiempo, mostrar compromiso con su crianza supone también la entrega de bienes materiales suficientes para que tengan un desarrollo adecuado. Es muy fácil para ellos decir: “no tengo”. Cientos de demandas de alimentos se amontonan en los despachos judiciales a diario. No es casual. Los padres creen que ese dinero se lo dan a las exparejas, no a los hijos. ¿Qué tal si les dijeran a ellos: no tengo para pagarte el pediatra, ni para tus medicinas, escuela o alimentos? Quizás el sentido de la vergüenza sería más evidente y -entonces- harían hasta lo imposible por atender las necesidades básicas de sus hijos, el derecho a una vida digna.

Así que no, ninguna sinceridad hay en el decir: “lo siento, no quiero una familia”. Es más de lo mismo: machismo e inmadurez, un tema que urge tratar, analizar, incorporar en la construcción de las nuevas masculinidades. Y que nosotras no deberíamos minimizar.

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2 comentarios en “Las parejas”

  1. Te leo con ojos de macho y no entiendo nada de lo que dices. Tengo la impresión de que nunca entenderán. Y creo que esa tampoco es nuestra responsabilidad: «hacerles entender», «hacerles ver», «explicarles», prácticamente educarlos, como cuando educamos a nuestres hijes sobre empatía, consideración, respeto por el otre. Las profesiones peor pagadas en la humanidad están relacionados con el cuidado y la educación: enfermeras y parvularias. Me niego TENER que seguir «cuidando» el tiempo de mi pareja, y me niego a seguirle «educando», para que «vea, entienda» porque ese también es un trabajo AGO TA DOR. Sin embargo creo que la beligerancia tampoco es la salida, a mi me ha servido mucho ir a terapia, no solo por mí, sino también para fortalecer las condiciones, las herramientas para obtener lo que necesito, lo justo, sin sentirme en un campo de batalla. Lamentablemente no todas tenemos las mismas condiciones, y la beligerancia puede ser un solución muy concreta, práctica y viable. ¡Cuánta tela que cortar sobre este tema! Sigamos criando con apego más niñes que cuando adultos asuman con madurez sus decisiones.

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