“¿Qué edad tiene? ¿Ya gatea?” “¿Ya camina?” “¿Hasta cuándo le vas a dar el pecho? Ya está grande.” “¡Aún usa pañal! A los dos años ya debería ir solo al baño.” “Habla pero no se le entiende. Tú le traduces todo.” “A los niños se los deja en su cuarto, en su cama, se les dice hasta mañana, se apaga la luz y se cierra la puerta. Tienen que dormir solos cuanto antes.” Esas son las afirmaciones tipo reproche que cualquier madre puede escuchar. Y, entonces, hasta la más segura, ante la avalancha, duda. Para vencer la duda comienza a dar explicaciones como si se justificara. ¿Por qué debemos explicar nuestras decisiones de crianza?
Dentro de las respuestas amables están: el pediatra me explicó que el control de esfínteres es un proceso biológico que comienza desde los dos años y medio; he leído sobre las ventajas del colecho y de la lactancia prolongada; etc. El contraargumento no espera: “Te lo digo como psicóloga, parvularia, madre de cinco, etc.” O: “Te has encontrado con pediatras permisivos. Ya sabes, como en todo, hay pediatras y pediatras”. Claro, esa es la clave: hay decisiones de crianza y quienes decidieron plantarse en la otra orilla cuestionan a las de enfrente. Las de la oposición siempre serán vistas como las malas madres.
Son malas madres las que no dicen no; malas las que trabajan doce horas y encargan el guagua; más malas aquellas que se quedan en casa con los quehaceres a cuestas y dejan que sus hijos hagan –según otros- lo que se les viene en gana; malísimas las que no logran que coma, que deje de llorar por todo, que no vaya a la universidad a los cuatro años. Son malas las que pierden la paciencia, gritan, castigan, reprimen u obligan.
Todo lo que la sociedad cataloga como problemas de los hijos se convierte, entonces, en mala educación de las madres. Pero si los niños son seguros, autónomos, con hitos tempranos sobre su motricidad y adquisición del lenguaje, entonces las madres no tienen mucho que ver, son los niños los que fueron tocados con una varita mágica antes de nacer.
Las madres que optan por una educación respetuosa tienen una mirada de recelo (y claro juzgamiento) sobre aquellas que siguen la educación tradicional y viceversa. Hay madres y madres, con decisiones llenas de errores y aciertos. En el mundo de las madres deberíamos ser solidarias: abrazarnos cuando nos equivocamos, compartir aquello que nos hizo más felices a hijos y madres. En el mundo de las madres podríamos pedirnos unas a otras que partamos de aceptar que la otra hace lo que sabe, lo que puede y que también se cuestiona. Si le grita no es por mala es porque no sabe qué hacer. Y después del grito, se siente miserable y sufre. Debemos saber también que mi hijo no es adelantado porque gateó a los seis meses. Esa medallita solo hace sentir a las otras que algo están haciendo mal. En realidad, el alarde de las madres solo da cuenta de su carencia y de su inseguridad: necesitan demostrar continuamente que lo están haciendo bien.
Suena paradójico que lo diga yo que llevo un tiempo acompañando a muchas madres a construir una crianza respetuosa basada en el método Montessori. El punto es que esas madres, como yo también, sorteamos las dudas y los temores, necesitamos recordar que la crianza se construye día a día, que es importante el respeto al ritmo de nuestros hijos, que son niños, que están aprendiendo. Es un voto por el acompañamiento responsable porque tampoco se trata de mirar a otro lado y fingir que no pasa nada en la relación con nuestros hijos. Es una decisión que me ha traído alegrías más que frustraciones y, entonces, siento que vale la pena compartirlo.
Como madre me pido cada día tener los ojos abiertos para mirar a mi hijo y sus necesidades, para aceptar si tiene un problema y hacerme cargo, para parar a tiempo cualquier comportamiento que pueda hacerle daño a los demás. Me digo esto con la humildad y la certeza de que, sí, definitivamente tengo en mis manos la responsabilidad de su futuro, que todo lo que haga influirá en él para siempre. Negarlo me haría mala madre ante mí misma. Por esa fragilidad no se puede juzgar a ninguna. La maternidad no tiene manual, es un trabajo íntimo y delicado que se fortalece a cada instante. Por esa vulnerabilidad siempre pido que las madres que se crucen en mi camino puedan ver en lo profundo de ellas las respuestas y el camino. Ser madres nos confronta de tal manera que podemos viajar a lo profundo de nuestro ser: reconocer nuestros miedos, ataduras, fortalezas y luminosidad. Eso nos regalan los hijos. Esa es la apuesta, ese es el reto. Por eso ellos son un milagro.
Gracias por suscribirte, seguirnos en redes, compartir, comentar y darle me gusta.
Creo que es muy cierto todo lo que dice. Soy madre de dos niños de 6 y 4 años pero hay dias en que ya no se que debo hacer esto es terrible.
Me gustaMe gusta