
Cuando una se inaugura como madre no sabe lo que le espera. Nos damos cuenta muy pronto de que estamos ante un gran desafío: nos inundan las preguntas sin respuesta, las dudas, las angustias y los miedos. Con el pasar de los días, surfeamos los temores uno a uno, tomamos confianza conforme aprendemos lo más básico (cambiar pañales, sacar gases, cantar nanas) y lo más profundo (descifrar nuestras emociones, que criar es una tarea continua, que debemos moldear nuestro carácter). Nada vuelve a ser igual pero todo puede multiplicarse si la vida te entrega un hijo enfermo, con características o necesidades especiales.
Cuando conocí a Silvana no supe que su hija tenía Síndrome de Down. Ella vive su maternidad con la misma naturalidad que las mamás que tenemos hijos sin un cromosoma extra. Porque no es nada más que eso: un cromosoma extra, no es una enfermedad, aunque hay casos en donde la salud es delicada ya que, por el exceso de proteínas sintetizadas por el cromosoma 47, hay más probabilidades de sufrir problemas cardíacos, digestivos o endocrinólogos. Sin embargo, lo único cierto es que quienes tienen trisomía del par 21 (el cromosoma extra) van a tener un aprendizaje más lento pero son perfectamente capaces de aprenderlo todo.
Silvana supo que su niña tenía Síndrome de Down cuando nació. Tuvo mucho miedo. Ese miedo que nos paraliza cuando enfrentamos lo desconocido, aquello de lo cual no sabemos nada o solo lo que hemos oído de pasada: los mitos y prejuicios. Poco a poco, ella aceptó con alegría el gran reto que le trajo la maternidad. Muy pronto se dio cuenta de que no había nada que temer.
Ahora sonríe cuando escucha a las madres preocupadas porque sus niños aún no caminan o se demoran en hablar. Silvana es afortunada y lo sabe: sus alegrías son dobles, su paciencia es infinita. Ella sabe que no puede apurar ningún proceso en María Emilia (de hecho nadie debe hacerlo con ningún niño) pero ella tiene absolutamente comprendido este principio que a la mayoría de los padres nos cuesta asumir. Así, cuando su niña comenzó a gatear, caminar o balbucear su alegría fue enorme porque certificó que María Emilia es capaz de todo y siempre será capaz de todo, porque ratificó la confianza que debe tener en su hija y en sí misma.
Esta niña ha sido un inmenso regalo de amor. ¿Cómo quejarse del clima o de la burocracia cuando enfrente tuyo tienes un milagro continuo y cotidiano? Cuando vivimos sin desafíos no sabemos valorar lo que tenemos y muchas veces nos hacemos líos por tonterías. Silvana lo sabe, por eso irradia tranquilidad.
Cuando María Emilia tuvo que ser operada del corazón, tenía fe en que todo saldría bien pero también el miedo legítimo que toda madre siente cuando piensa que puede perder a su hijo. Al final, rió y rió a carcajadas. Después de la operación, en la que todo salió bien, estaba preocupada del shock que pudo dejar la intervención en María Emilia. Cuando habló con ella, descubrió, para su asombro, que su niña estaba no solo sana sino contenta, que había atravesado todo el proceso con aceptación y naturalidad. Fue su hija quien la contuvo, quien le enseñó que no había pasado nada, que todo estaba bien y que ella solo quería jugar. Aprendió que los sustos eran de ella y no de María Emilia.
Si en algo coinciden los padres de niños con síndrome de Down es que son especialmente alegres y amorosos. Ellos irradian inocencia a borbotones. Si se caen, tropiezan o equivocan siempre terminan con una sonrisa en sus labios. Esa actitud ayuda a quienes están a su alrededor a recordar que siempre hay motivos suficientes para ser felices, para dar las gracias.
María Emilia y Silvana son una bocanada de aire fresco. Les tengo un especial cariño porque con ellas descubro la ausencia de prejuicios, la aceptación de la diferencia, la confianza plena en que los niños solo requieren comprensión y paciencia para aprender. Ante ellas tengo la certeza de que cada hijo elige la madre que necesita y que cada hijo es la prueba de amor que nos regala la vida.
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Andre que hermoso artiículo me llego mucho pues ayer en el super Matias hizo una nueva amiguita Dulce una hermosa niña de 8 años jugaban con tanta alegria y reian con tanto gusto que contagiaban a quien pasaba por ahi. Son niños tan llenos de luz, Matias no queria dejarle a su amiguita porque encontro en ella esa inocencia tan pura de los niños con Síndrome de Down. Una maravilla en realidad
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¡Qué lindo!
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