El horror no necesita adjetivos. Es tan grande su sustancia que basta nombrarlo para evidenciar lo que nos resulta atroz. Ese horror ha aparecido mucho más de lo que hubiésemos querido en los titulares de los periódicos durante este año: son muchos, cientos, miles de niños abusados sexualmente en sus escuelas o casas. No necesitamos detalles, el enunciado es más que suficiente para demostrar el espanto. Sigue leyendo «Hay que prevenir el abuso sexual infantil»
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Respira
Tú, yo. Entra, sale. Inhala, exhala. Finito, infinito. Lleno mis pulmones de aire, sostengo y lo devuelvo. Tú, aire, entras. De mí, aire, sales. Si respiramos estamos vivos. Estamos vivos porque respiramos. Cerrar los ojos y respirar con consciencia me regresa a esa verdad fundamental: estoy viva.
En general, respirar más que un acto consciente es un acto mecánico. No nos detenemos a observar cómo respiramos. Solo cuando la respiración cambia, reparamos en ella: cuando la nariz tapada nos dificulta la entrada o salida de aire, cuando el gemido de un suspiro nos vacía el pecho, cuando el llanto nos obliga a tomar y soltar aire por la boca o cuando el ejercicio nos acelera el pulso y la respiración. Sigue leyendo «Respira»
El regreso de mi luna
Después del parto, las mujeres sangramos durante varios días. Algunas de nosotras, semanas. Son días sin sueño, con el vientre hinchado por la retención de líquidos y el útero volviendo a su tamaño normal. Son días de cansancio y malestar: duele el cuerpo por el esfuerzo del parto o por la herida de la cesárea. Y se suman, el sangrado potente, la leche que se riega, los pezones que duelen, las emociones que florecen y que una no alcanza a ponerlas en orden con rapidez o acierto. Pero todo pasa: los líquidos fluyen, la lactancia se consolida, la oxitocina elimina el cansancio y el sangrado desaparece por meses.
El berrinche de mamá
G. tiene una canasta llena de pelotas de diversos colores y texturas. Son, más o menos, cincuenta pelotas. Esa canasta, un buen día, se convirtió en asunto de conflicto. Todas las noches, antes de ir a dormir, él las regaba por el suelo, yo lo animaba a recogerlas, él se negaba a hacerlo. Lo dejaba pasar mientras arreglábamos alguna otra cosa y cuando decía: “ahora, a recoger las pelotas”, se paraba en una esquina, me veía y no se movía. Se volvió un reto: opté por esperarlo, nada; le pedí que me las pasara pero me veía con indiferencia; le expliqué que mientras las pelotas estuviesen en el piso no podíamos pasar a otra actividad, que debíamos cerrar una para seguir con otra, nada. No había manera de que las recogiese y yo no entendía qué pasaba. Él siempre había sido muy ordenado y no había –hasta entonces- necesitado pedirle siquiera que recogiera algo porque lo hacía por su propia voluntad. Su negativa era solo con las pelotas porque si se le había olvidado alguna otra cosa fuera de su sitio, bastaba con hacérselo notar para que lo pusiera en su lugar. Pero ¿y las pelotas? Sigue leyendo «El berrinche de mamá»
Las mujeres que admiro
Antes de ser madre tenía una admiración especial por cierto tipo de mujeres: por un lado, aquellas que irradiaban mucha seguridad en sí mismas, que hablaban claro y directo, que se sentían contentas con su carrera profesional porque las hacía sentir útiles y con posibilidades de transformar el mundo. Admiraba también (y sigo admirando, claro) a las mujeres que no se detuvieron ante nada: rompieron los prejuicios religiosos, sociales o políticos de sus familias o la sociedad y siguieron adelante, mujeres que dejaron huella y que hicieron mi realidad mucho más fácil. Nunca olvido que también somos el resultado de la historia, que si tuve acceso a la educación, el divorcio o el trabajo remunerado fue porque en su momento una mujer peleó por ello. Antes de ser madre también veía con admiración a las mujeres serenas, que mostraban paz interior, que habían dado un cambio radical para vivir más simple y dedicadas a lo que las hacía felices sin pensar mucho en competir o ganar. Había cierto misterio en ellas, algo que no podía descifrar, aún. Sigue leyendo «Las mujeres que admiro»
Callar, amar y recibir
Como El monstruo de colores, un niño de dos años tiene las emociones confusas. El personaje del bello cuento de Anna Llenas no distingue el miedo de la tristeza ni la rabia de la alegría. Entonces, hay quien lo ayuda a poner sus sentires en orden, a distinguirlos, a representarlos con un color. Así es un niño de dos años: un revoltijo de emociones. Sigue leyendo «Callar, amar y recibir»
Ahora lo lanza todo al suelo…
Llega un momento en la vida de toda madre y de todo padre en que desarrollamos una tendencia casi natural a “recogerlo todo del suelo”. Nuestros bebés comienzan -por ejemplo- a tirar comida, no porque se les escurre de las manos, la arrojan con la intención de verla caer. Conforme crecen hay periodos en que se detienen pero luego retoman esta actividad e incluyen en ella nuevos objetos, muchas veces pesados. ¿Qué hacer? ¿Cómo detenerlos? Lo único que podemos hacer es alentarlos. Sí, dejarlos, brindarles posibilidades. Porque si los interrumpimos estaremos entorpeciendo su desarrollo motriz. Sigue leyendo «Ahora lo lanza todo al suelo…»
Colecho, sí
No recuerdo bien cuándo pero sí quién. Un buen día, en los controles obstétricos, surgió el tema de la cuna en la misma habitación como lugar para dormir. Entonces, Diego, el médico que recibiría a G., dijo: ni cuna ni moisés, colecho. Para entonces, la única experiencia que tenía al respecto era la de mi mejor amiga que había dormido con sus tres hijos hasta que -cada uno en su momento- se fue a su propio cuarto. Sigue leyendo «Colecho, sí»
Pipí y popó en el inodoro
Mi mamá cuenta muy orgullosa que dejé el pañal al año. Lo dudo un poco. Los retazos de su historia me hacen sospechar que me levantaba seca y ella me sentaba en algún orinal, pero el resto del día –seguro- iba con pañales. Tampoco he querido refutar sus recuerdos. Con G. siempre supe que él marcaría las pautas. Antes de su nacimiento ya sabía de muchas historias en donde los niños la pasaron mal por este tema: estrés y frustración de los adultos, negativas a dejar el pañal, fobia al inodoro o a la bacinilla, estreñimiento. Los entrenamientos de plano me parecen indignos: me causa dolor el solo hecho de imaginarme a un niño haciéndose pipí o popó encima hasta que aprenda a hacerlos en el lugar y de la forma en la que un adulto espera. Sigue leyendo «Pipí y popó en el inodoro»
Las que amamantan
Y entonces, en medio de la semana de la lactancia, leo una opinión que me cae como una bomba: una mamá joven y con estudios sobre feminismo suelta que está harta del discurso prolactancia, que nadie debe opinar sobre lo que debemos hacer con nuestro cuerpo. Ella se equivoca, a quienes hay que defender es a las mamás que amamantan.
¿Por qué? Para el sistema es más simple, fácil y rentable tener mamás que den leche de fórmula porque las horas de lactancia a las que tenemos derecho se diluyen y nos tienen produciendo cuando deberíamos amamantar, porque así dejamos de molestar con la extracción cada dos horas, y estaríamos más dispuestas a largas jornadas laborales sin gran preocupación. Sigue leyendo «Las que amamantan»